Cuando nos secuestraron la fariña

Fariña📚 había desde 2015. Tuvo cierta promoción y se vendieron treinta mil ejemplares hasta febrero de 2018. Después, el secuestro. Y hoy Fariña está en todas partes. Si el objetivo era evitar que la gente lo leyera, no sólo han fallado, sino que además han provocado el efecto contrario: ha aumentado exponencialmente su distribución en diferentes formatos (lo tenía en libro, y ahora, también en PDF, EPUB y MOBI), que me han llegado de manera reiterada por todos los medios disponibles. Y se ha generado un mercado negro donde un libro que me costó menos de 19 euros hace tres años ahora se vende de segunda mano en eBay por precios de hasta 300 pavis.

De la fariña Alexander Shulgin decía que a su estimulación agresiva iba aparejada la inevitable certeza de saber que una vez remitidos los efectos, no habrías ganado nada con ello. «No hay reflexión; no hay aprendizaje», escribía el bueno de Sasha en PiHKAL📚. Y con esto va a pasar igual. No habrá reflexión; no habrá aprendizaje.

Quiero decir, se ha conseguido difundir un poco la idea de que mientras en Valencia se pringaban por tres trajes de mierda y en Cataluña andaban rascando el tres por ciento, en Galicia colocábamos a los narcos directamente en ayuntamientos y cámaras de comercio. Y en parte es bonito que el resto de España sepa cuánto nos importa que nos menosprecien los mismos acólitos de la morralla que les hemos ido enviando a Madrid.

Pero y qué tal ir un poco más allá. Porque al final Fariña no deja de ser una puta anécdota, relatada con mayor o menor precisión, pero que en ningún momento se detiene a analizar de dónde nace el problema. Me explico: vamos a releer el primer párrafo, pero quitando la cursiva, cambiando alguna fecha y aumentando mucho los precios y los problemas.