Que vuelve el jako y te comerá...
Con la nostalgia propia de un yonki que va deslizando medio en forma de gota mientras recuerda los buenos tiempos, los otros medios, los de comunicación, se ocupan del goteo de noticias que anuncian el regreso de la heroína; sin que parezca importarles que el vaso ya esté desbordado de datos entremezclados, testimonios convertidos en análisis sociológicos y muchas ganas de sacar una noticia de donde ya no hay nada que fumar:
«El misterio del regreso de la heroína», en El País (feb/18); «La heroína ha vuelto a las ciudades españolas», en La Sexta (ene/18); «Vuelven los zombis (de la heroína)», en El Mundo (nov/17); «La heroína se abre paso de nuevo en el centro de València», en eldiario.es (oct/17); «El regreso de la heroína», en El Correo de Andalucía (ago/17); «España, en alerta, ante la llegada de una posible “epidemia” de heroína», en ABC (oct/16); o «La heroína regresa a España por la masiva oferta mundial de esta droga», en El País (jun/16), son sólo unos pocos ejemplos de lo que se puede encontrar en medios de relevancia (vamos a darle esa concesión a El Correo de Andalucía) sobre el retorno de la heroína. Pero cuando uno le echa un vistazo a los informes oficiales, la sensación que queda es que el caballo debe de haberse perdido por el camino de vuelta.
(No hay información disponible para el conjunto de «Últimos 30 días» en 1995.)
En el gráfico superior se muestran los datos recopilados en el Informe EDADES 2017, sobre el que se han dibujado líneas de tendencia basadas en medias móviles —previa consulta a David Conde—, un cálculo que en las series temporales promedia los datos según avanza la línea de tiempo, resaltando las tendencias a largo plazo. Confío en que el lector sepa interpretar una recta horizontal en este contexto. En cualquier caso, el informe publicado al amparo del Plan Nacional sobre Drogas tampoco deja demasiado lugar a la imaginación: «... la heroína y [...] registran una extensión de consumo residual entre la población» (p. 13).
También es bonito ver que no todos los usuarios de heroína murieron en los 90: «... en 2015, el porcentaje que reconoce haberla consumido alguna vez es mayor en el grupo de 35 a 64 años. [...] se observa que si se retrocede 20 años, en 1995 el 1,4% de los jóvenes (de 15 a 34 años) de aquel momento habían probado el consumo de heroína, porcentaje que entre los jóvenes en 2015 es totalmente residual (0,2%)» (p. 17).
Y mientras uno intenta encontrar algún dato que respalde la segunda venida de una droga más endiosada por el tratamiento mediático y la propaganda oficial que por los propios consumidores, aparece un apunte interesante sobre la percepción de riesgo del consumo de caballo entre usuarios de varias drogas: «El consumo de heroína una vez o menos al mes es el único que se percibe como asociado a problemas por todos los grupos de policonsumidores» (p. 81).
Pero ¿es que nadie va a pensar en los niños? A pesar de la malicia con la que algunos señores reparten caramelos y drogas a las puertas de los colegios, el jako no acaba de enganchar y matar a nuestra chavalada, que sigue corriendo y gritando por restaurantes y aviones. Después de añadir a los datos del Informe ESTUDES 2016 los que aparecen en la presentación del próximo informe, se puede obtener este gráfico:
(A falta del informe final, la cifra de 2016 para el grupo de «Últimos 30 días» se ha extrapolado a partir del resto de datos.)
«Yo pondré la guerra» (William Randolph Hearst)
«El denominado problema de las drogas es más una cuestión mediática que social», sostiene Juan Carlos Usó, e incluso se vislumbra cierta correlación temporal entre la intensidad del tratamiento en los medios y la valoración que ofrecen los barómetros del CIS sobre el problema de las drogas (Informar sobre drogas y drogodependencias, de Joseba Zalakain).
Como bien dice Alejo Alberdi, que hace el necesario y poco agradecido papel de Sísifo en esta cosa de las drogas y los constantes ataques de los medios a la realidad objetiva, «estos reportajes ganarían mucho si prescindieran de los testimonios de hosteleros, peluqueras, vecinos en general, yonquis y exyonquis, policías y “altos mandos de la lucha contra la droga”, que parecen alérgicos a los informes y a los indicadores relevantes, o a otros que hablan de un cambio de hábitos reciente cuando este cambio de hábitos viene de hace casi cinco lustros».
Faltaría comentar ciertos aspectos de la metodología de estos informes, además de detallar el papel que juegan los medios de comunicación (las profecías autocumplidas, el efecto boomerang) y hablar del valor de los testimonios en primera persona en todo este sindiós, pero ya se está haciendo largo y tarde, así que lo dejaremos para otro día.
Por mi parte, hoy sólo me queda recomendar algunas lecturas fundamentales para comprender el fenómeno: Heroína📚, de Eduardo Hidalgo; El siglo de la heroína📚, de Tom Carnwath y Ian Smith; Heroína en España, 1977-1996📚, de Juan Francisco Gamella; y ¿Nos matan con heroína?📚, de Juan Carlos Usó. Otras que tocan el asunto con un enfoque más general son: Historia general de las drogas📚, de Antonio Escohotado, y Drogas y cultura de masas📚, también de Usó.