Burundanga, la droga de los periodistas
«La Policía francesa ha detenido a un hombre por echar burundanga a una joven y robarle cuando estaba drogada [...] hace aproximadamente un mes en el sur de Francia, durante un concierto, según fuentes cercanas al caso», escribía ayer viernes en la versión digital de El Mundo el intrépido reportero Pablo Herraiz.
Un suceso impactante que ya se ha replicado en otros medios, como el Huffington Post o Antena 3, y del que sólo me gustaría matizar un par de detalles: no ha habido Policía francesa, no se ha detenido a nadie, el hombre del vídeo no echa burundanga en la copa y nadie le robó a la joven, que en ningún momento estuvo drogada de nada que no fuera alcohol, que tomó de manera voluntaria. El vídeo se grabó la mañana del 31 de marzo en el sudeste (aquí casi lo clava) de Brasil, durante el festival de Semana Santa de Escarpas do Lago. Lo que me lleva a la conclusión de que las «fuentes cercanas al caso» son unos enormes cojonazos que debe de ir arrastrando por la redacción.
(NOTA: Esta entrada ha tenido tanta difusión, y ha generado un feedback tan diverso, que he preferido añadir o matizar ciertos aspectos en una nueva publicación.)
(Habrá que esforzarse más en septiembre.)
A primera vista, la noticia ya me despierta algunas dudas. ¿Por qué no escribir directamente «ha pasado algo hace tiempo en algún sitio, según dicen»? ¿En qué zona aproximada del sur de Francia le parece a Herraiz que se da una temperatura adecuada para ir de manga corta en febrero? ¿Puedo enviar un saludo a esos estudiantes que reciben «una clase magistral sobre la búsqueda y el tratamiento de fuentes de información en el periodismo de investigación»?
Kristal Santos, que así es como se llama la supuesta víctima, ha querido aclarar en su perfil de Instagram que está viva, aunque se haya llegado a decir lo contrario estos días: «No bebí nada de aquella copa porque la fiesta estaba acabando y la copa ya estaba vacía, es decir, que no me pasó nada. Sí, me alegro de que el vídeo repercuta de forma positiva, como una advertencia para que todos tengan más cuidado con sus vasos, incluso yo».
En el mismo texto, se sitúa la acción del vídeo en Escarpas do Lago, donde cada año se celebra un festival anual de Semana Santa, que en esta ocasión tuvo lugar la noche del 30 al 31 de marzo, aunque el vídeo no fue publicado hasta la noche del 4 de abril. Además, dos historias publicadas en la misma red social (una por Kristal y otra por la amiga que sale con ella en el vídeo) aclaraban que todo había sido uma brincadeira sem graça, es decir, una broma de mierda por parte del chico, al cual sí que conocían. No voy a incluir esas capturas, pero basta con ampliar los fotogramas del vídeo para ver que el chaval no llevaba nada en la mano.
(Ni burundanga, ni burundongo.)
De qué hablan los medios cuando hablan de burundanga La burundanga es, básicamente, escopolamina, un alcaloide que proviene de algunas plantas de la familia de las solanáceas, como el beleño, el estramonio o la mandrágora. Activa en dosis del orden de los microgramos, no tiene demasiado margen de seguridad (relación entre dosis activa y dosis letal) y, por si fuera poco, no parece fácil de dosificar, pues la concentración varía de unas plantas a otras, incluso dentro de las de la misma especie. Quizá por estas razones nunca ha despertado un excesivo interés recreativo por parte de los consumidores de drogas, que suelen optar por psicodélicos mucho más seguros, como la LSD o la psilocibina.
Supongo que la cuestión más relevante aquí es saber por qué se la vincula de manera inevitable con los agresores sexuales. Si bien es posible sufrir episodios de amnesia tras su consumo, al igual que pasa con neurodepresores como el alcohol o las benzodiacepinas, lo que lleva años tirando del carro de la propaganda mediática es el supuesto poder que tiene para anular la voluntad de aquél que la consuma. Siendo una droga milenaria, cuyo uso lleva siglos documentado, es posible acudir a la literatura médica para despejar dudas. En este sentido, Fernando Caudevilla se muestra taxativo en su artículo «El mito de la burundanga»: «No hay una sola referencia en toda la literatura médica a que los pacientes intoxicados obedezcan ciegamente las órdenes de los médicos o tengan su voluntad anulada mientras duran los efectos». Más aún: la escopolamina fue una de las drogas que la CIA ensayó durante el proyecto MK Ultra en la búsqueda de un suero de la verdad. Y no hay registro alguno que describa su eficacia para este objetivo.
En cuanto a los efectos que sí están estudiados y demostrados, Caudevilla explica: «El cuadro clínico de la intoxicación por escopolamina produce disminución de la secreción a través de las glándulas del organismo: sequedad de boca, sed, dificultad para tragar y hablar... Se produce una dilatación extrema de las pupilas, que reaccionan muy lentamente a la luz produciendo visión borrosa de los objetos cercanos y, en ocasiones, ceguera transitoria. Puede aparecer fiebre muy alta (hasta 42 ºC), convulsiones, arritmias cardíacas, insuficiencia respiratoria... Los síntomas de tipo mental (psicosis, alucinaciones, delirio...) se citan por parte de la mayoría de los autores así como el hecho de que es mortal en sobredosis». A priori, los datos científicos disponibles no sugieren que sea una droga que ofrezca demasiadas ventajas para el propósito que se le supone, sino más bien al contrario.
Su presencia en España, más allá de la prensa, es completamente anecdótica. No hay referencias en los informes de incautaciones de drogas, ni en las memorias del Instituto Nacional de Toxicología, ni ha aparecido en ninguno de los análisis efectuados por Energy Control y Ai Laket!!. Caudevilla encontró un caso en una base de datos médicos; el único en el mundo, en aquel momento. Hasta que no mucho después tuvo lugar en España un suceso relacionado con la sustancia, en el que el agresor usó escopolamina para intoxicar a su exmujer, si bien el objetivo era el de envenenarla y no el de someterla a su voluntad.
Cabría preguntarse cuál es la responsabilidad que les corresponde a los medios en esto, después de una década promocionando una droga de la que no había registros en España hasta hace dos años. En este sentido, Núria Calzada apunta a un fenómeno que ella denomina pánicos mediático-morales: «Hay un boom en los medios sobre un tema que a menudo contiene testimonios exagerados, incluso de la propia Policía, que a veces habla sin tener datos toxicológicos que los sustenten». Nada que, por otra parte, no haya pasado antes ya con otras drogas como la mefedrona o la MDPV aka droga caníbal.
Curiosamente, nadie parece darle importancia a que en todos los informes disponibles el alcohol aparezca como la primera droga implicada en casos de agresión sexual, con bastante diferencia sobre el resto de drogas, entre las que, por cierto, la presencia de las supuestas drogas de violación (GHB, ketamina, burundanga) es mínima. A ver si es que estamos tan preocupados de que no nos echen nada malo en la copa que no nos damos cuenta de lo que ya tenemos dentro.